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¿Niños o Cuerdas?

lunes, 27 de marzo de 2017

¿Niños o cuerdas?

 

¿Os acordáis del juego de estirar la cuerda?

Ese en que se hacen dos equipos, cada uno coge un extremo, y gana quien lleva a su terreno al contrario. Últimamente es la sensación que tengo al escuchar a padres divorciados y, lo que me pone en alerta, al escuchar a los hijos de los mismos en mi consulta de terapia.

Frases habituales son: “Cuando está conmigo vamos bien pero cada vez que vuelve de ver a su padre está descontrolado”

“Me dice que no me quiere, que en casa de su padre está mejor”.

El padre en estas frases es motivo de conflicto, pero es porque tengo a más mujeres que a hombres en terapia. Seguro que de tener al padre sería lo mismo. Nadie es perfecto. Pero ¿Qué esconden de verdad esas frases?¿A qué apuntan? ¿Cuál es el verdadero problema? No nos engañemos, los niños prefieren que sus padres estén juntos, salvo situaciones donde solo ven a sus padres peleándose, entonces te dicen: “no sé porque mis padres no se separan”. Tal cual. Pero el problema no está en la separación, el problema es entrar en competición. Entonces los niños se convierten en cuerdas donde cada padre tira para su lado, no siempre respetando las normas, a menudo haciendo trampas. Nadie gana en este juego. Esta es la triste realidad. Nadie. Esto, por otro lado, no es exclusivo de padres separados o divorciados. Pasa en familias que viven conjuntamente.

Niños cuerda igual que van de un lado para otro perdidos en un caótico mundo emocional, compartiendo casa y espacio. No sé qué situación es más dramática y angustiante.

Por otro lado lo ideal no existe.

Nunca ha existido salvo en la filosofía platónica. Aún creemos que los valores son ideales y tenemos que hacer lo que sea necesario para aproximarnos a ellos.

No hay una familia ideal, no hay una manera ideal de separarse, ni una manera ideal de educar. Todos somos distintos y no podemos hacer lo mismo. Eso hace que perdamos nuestra diferencia, la riqueza…los ideales pueden inspirarnos, pero tenemos que buscar la manera de ser auténticos. Tampoco creo que todo valga.

Estamos en “separación responsable”, ese es el marco de actuación. Para ser responsables tenemos que gozar de nuestra libertad de acción y elección. Así uno tiene que preguntarse ¿Qué tipo de educación quiero para mi hijo o hija? ¿Qué valores quiero transmitirles? ¿Qué tipo de persona quiero ser como modelo? … y todo desde lo imperfecto, porque es lo maravilloso de la educación: somos perfectibles y por eso podemos aprender continuamente. Así, en lugar de estar preocupados por lo que pasa en casa del padre o la madre, intentemos pactar. Si no es posible, ocupémonos de nuestra área de influencia ¿Qué hogar quiero construir con mis hijos? Y pongamos límites, construyamos hábitos para que eso sea así. Y, la parte difícil, mantengámoslos diariamente, siempre que estemos juntos.

Es un acto de reflexión con uno mismo. De preguntarse qué podemos ofrecer desde el padre o la madre que somos. Por más que nos guste como lo hace el vecino debemos preguntarnos ¿Yo sería capaz de hacerlo así? ¿Mi estilo de vida me lo permite? ¿Puedo mantener esas rutinas?¿Esas normas?¿Con los hijos concretos que tengo –no son los del vecino- como puedo lograr que esto ocurra? Y entonces manos a la obra. Los niños saben que cada espacio es diferente.

 

Esa es nuestra área de influencia. Y ahí es donde podemos trabajar. Serán inevitables los ataques tipo: “en casa de papa o mamá estoy mejor” o los “me quiero ir a vivir siempre con…”. Hay que tomarlo todo entre paréntesis, ver porque se dice lo que se dice. Si es porque hemos puesto un límite, si se siente frustrado por ello y juega sus cartas. No hay que responder a esos ataques. Recogemos la emoción “entiendo que no te guste que te diga que no” y no entramos en lucha ni en competición. De hacerlo debemos saber que somos el equipo perdedor. Si, por el contrario,las frases son producto de algo pensado, comunicado desde la calma, podemos preguntar que le gusta de eso que reclama, si se lo podemos ofrecer a nuestro modo.

Los demás también hacen cosas bien e, incluso, mejor que nosotros. Si lo que nos piden no está alineado con nuestros valores entonces le explicamos “cariño, en casa de la mama (o el papa) esto lo hacemos así. Puede que no te guste pero para mí es la forma correcta”. Y seguimos firmes en nuestra decisión. Firmes pero flexibles. Cambiar es necesario y es bueno si es con criterio. En estos casos podemos decir: “He pensado en lo que dijiste y creo que tienes razón que a partir de ahora lo haremos así (y explicamos el cómo)”. Rectificar es de sabios. Y con ello estamos enseñando un gran aprendizaje para la vida a través de nuestro ejemplo.

En resumen, no usemos a los niños para competir por su amor. Por lo general quieren a ambos (salvo casos extremos), les ponemos en situaciones que generan sufrimiento no enseñan nada más que el arte equivocado de la guerra.

El objetivo, como decía SunTzu,  es“poder vencer sin llegar a la batalla”.

 

 

Puedes encontrar a Nuria  en su web: www.nuriamolina.com

 

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