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Reflexiones

viernes, 19 de enero de 2018

"Tengo la impresión de que hasta aquel momento, y sobre todo durante mis años de matrimonio, mi mujer y yo mirábamos al mundo a través de un teleobjetivo de ideas preconcebidas que nos permitía guardar una distancia insalvable con lo que nos rodeaba, una distancia que aporta cierta seguridad, pero que también dejaba sitio para la ilusión. Creo que nunca descubrimos la verdadera naturaleza de las cosas que veíamos y tampoco llegamos a correr el peligro de que nos afectaran. Mirábamos a las personas y a los lugares con mucho detenimiento, como la gente que desde un barco, escudriña la tierra firme que deja a atrás, y si la hubiéramos visto o ellas nos hubieran visto a nosotros, nadie podría haber hecho nada al respecto"

 

"Le contesté que dudaba de que, el matrimonio, fuera posible saber qué eres de verdad o incluso separar  lo que eres de aquello en lo que te has convertido por la otra persona. La idea del "yo autentico" podía ser engañosa: podías creer, en otras palabras, que tu interior albergaba un yo autónomo e independiente, pero era posible que, en realidad, ese yo no existiera"

 

"Y un buen día, el río se secó: el mundo de fantasía que habían compartido dejó de existir, y eso sucedió porque uno de los dos-no me acuerdo de cuál-dejó de creer en él. En otras palabras, no fué culpa de nadie.

De todos modos, ahora me venían a la memoria que buena parte de todo lo que su vida tenía de hermoso había nacido de una visión compartida de cosas que, en sentido estricto, no podía decirse que hubiera existido.

Supongo, añadí, que esa es una definición del amor, creer en algo que sólo dos personas pueden ver..."

 

Rachel Cusk, a Contraluz.

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